AUCKLAND. New Zealand
Como en la foto, lo nuevo y lo antiguo se me apareció nada más iniciar el viaje.
Decidí comenzar y acabar en Nueva Zelanda, pensando que sería la mejor conexión con las islas del Sudoeste del Pacífico.
Luego resultó ser mejor centro neurálgico Fiji, pero mi paso por Auckland removió recuerdos, enfrentó pasado con presente, Oceanía con occidente.
Me sentí como una marioneta. Lo que me rodeaba, me llevaba. Iba hacía lugares inciertos, poco o nada conocidos por Europa, por España. Y empezaba en un lugar que había visitado hacía dieciocho años.
Entonces, en los años 90, Auckland y en general toda Nueva Zelanda me pareció entrañable, “mimosona”.
Ahora me encontraba con una ciudad hecha y derecha, multirracial, capitalista, mercantil, llena de cristal y cemento, organizadito, pero cemento al fin y al cabo.
Aunque se empeñaran los “protestotes” que me encontré en la plaza del Ayuntamiento, en construirla de cartón.
“Hay hasta concentraciones de protesta”. Cuanto había cambiado.
Y como la ciudad, cambió mi viaje.
Venía de Filipinas, viajando con un grupo muy numeroso y de repente, solo. Solo ante el Pacífico y ante un recuerdo muy “pasado”, tanto que no reconocía nada, salvo la cuesta de Queen Street y el YOUTH HOSTEL en donde volvía a hospedarme después de casi dos décadas.
La modernidad chocó de pleno con el mes que había estado en Filipinas y chocaría todavía más con lo que iba a encontrarme en los países del Pacífico que iba a visitar. Pero eso todavía no lo sabía.
Qué distintos son los Polinesios. Qué tan diferente es un cerebro en el interior de una cabeza, embellecida por una cara con rasgos tan diferentes como la manera de pensar.
Qué distinto somos los occidentales.
“Qué rosadito tienen el cerebro Nueva Zelanda y Australia, aunque estén viviendo en Oceanía”.
¿Será esto la globalización?
El trabajador Canadiense que encontré construyendo en la isla de Tana una piscina, huía de la falta de libertad del sistema occidental donde todo son prohibiciones y reglas, y él lo halló en Vanuatu.
El resto de la gente del Pacífico, del mundo, corremos a encontrarnos con el desarrollo, con esas reglas, con ese control de los medios, de la política, que tampoco se diferencia mucho de la que hay en estos lugares.
Pero lo malo es que todavía es y seguirá siendo un tiempo en Inglés y con reglas anglosajonas.
Aunque en breve cambie todo al “MANDARÍN”.