Mayo es el mes de las flores. Y el de las alergias.
No nos atacó a ninguno y estuvimos muy entretenidos hasta muy tarde, hablando y hablando, charlando, preguntando,
DESCUBRIENDO.
Yolanda, nos abrió una ventana INMENSA a un mundo que solo nos llega violento, duro, pero que por más que se empeñen, sigue siendo MUNDO.
YEMEN
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Y fue
CON UNA MIRADA AVANZADA, ABIERTA, DIFERENTE,
nos mostró un lugar
QUE NOS SORPRENDIÓ.
Y después… QUE FUE ANTES…
el anfitrión,
así de guapo,
contó un
CUENTO de Buenas noches…
LA VERDAD… ¿ES LA VERDAD?
El rey había entrado en un estado de honda reflexión durante los últimos días. Pensativo y ausente se preguntaba por qué los seres humanos no eran mejores. Sin poder resolver este interrogante, pidió que trajeran a su presencia a un ermitaño que moraba en un bosque cercano y que llevaba años dedicado a la meditación, habiendo cobrado fama de sabio y ecuánime.
Sólo porque se lo exigieron, el eremita abandonó la inmensa paz del bosque.
Frente al rey le preguntó que deseaba de él y éste le respondió:
–He oído hablar mucho de ti. Sé que apenas hablas, que no gustas de honores ni placeres, que no haces diferencia entre un trozo de oro y uno de arcilla, pero todos dicen que eres un sabio.
–La gente dice, señor -repuso indiferente el ermitaño.
–A propósito de la gente quiero preguntarte: ¿Cómo puedo lograr que la gente sea mejor?
–Puedo decirle, señor, que las leyes por sí mismas no bastan para lograrlo. El ser humano tiene que cultivar ciertas actitudes y practicar ciertos métodos para alcanzar la verdad de orden superior y esta verdad, tenga por seguro, que tiene muy poco que ver con la verdad ordinaria.
El rey se quedó dubitativo y replicó:
–De lo que no hay duda, ermitaño, es de que yo, al menos, puedo lograr que la gente diga la verdad.
El eremita sonrió levemente y nada dijo.
Después de la entrevista y para demostrarlo, el rey decidió establecer un patíbulo en el puente que servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón a las órdenes de un capitán revisaría a todo aquel que quisiera entrar, con una orden: “Toda persona que pretendiera acceder a la ciudad sería previamente interrogada. Si decía la verdad entraría sin problema, pero si mentía, sería inmediatamente ahorcada”.
Amanecía. El ermitaño, tras meditar toda la noche, se puso en marcha hacia la ciudad. Caminando con lentitud avanzó hacia el puente. El capitán se interpuso en su camino y le preguntó:
–¿Adónde vas?
–Voy camino de la horca para que me podáis ahorcar.
–No lo creo –respondió el capitán.
–Pues bien, si he mentido, ahorcadme.
–Pero si te ahorcamos por haber mentido -repuso el capitán-, habremos convertido en cierto lo que has dicho y, en ese caso, no te habremos ahorcado por mentir, sino por decir la verdad.
–Así es -afirmó el ermitaño-.
Ahora usted sabe lo que es la verdad…
¡Su verdad!