De nuevo otro jueves dando tumbos entre asteroides neuronales de imágenes y recuerdos de viajes siderales.
Esta vez nos vamos hacia el norte, lluvioso, frio, pero caliente dentro de nosotros mismos.
Esta vez platicamos sobre las Repúblicas Bálticas, Estonia, Letonia y Lituania. Paises jovenes, de la joven Unión Europea, pero con antiguas historias, de la vieja Europa.
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RELATO
PLAYAS DESIERTAS
Hacia un año que mi mujer me había abandonado y mis amigos cansados de mi eterna melancolía se pusieron de acuerdo y me prepararon un viaje.
Como habían oído que las mujeres de Riga eran tan hermosas como accesibles, decidieron pagarme un paquete con hotel y vuelo a un precio más que razonable, para visitar la capital Letona. Descansarían unos días del monotemático: “Todas son iguales, no hay quien las entienda”.
El vuelo de ida resultó ser una sucesión de escalas que duraron todo el día. Comencé a comprender el significado de “ganga”. Hubiéramos tardado menos en autobús. Por la noche, la llegada fue un poco movidita. Hacia mal tiempo y aquel cacharro tenía el baile de San Vito. No sería un Tupolev de la segunda guerra mundial, pero tenía un cierto aire de olvido. Tanto como el aeropuerto en el que aterrizamos. Las siluetas de hoces y martillos todavía se vislumbraban agónicas rematando cornisas y puertas.
Un autobús que parecía acabar de dejar en sus casas a los trabajadores del koljós, nos aparcó en un hotel del mismo estilo.
Me entró el sofocón. ¡Qué coño se me había perdido aquí! Menos mal que llevaba encima el Lexatín.
Una mañana gris me dio la bienvenida.